Capítulo 3.

Los diez años siguientes a mi llegada al hogar de los Bennett los dediqué únicamente al estudio. Mi abuelo, empeñado en darme una educación correcta, contrató a varios tutores. Ternia uno para el piano, otro para el violín, una mujer que me mostraba como debía domar la flauta travesera, un anciano que fue contratado para mostrarme la geografía y la historia que me habían precedido, un famoso matemático que me mostró muchos de los secretos de la economía y un jóven, trotamundos años atrás, que me educaba en francés, aleman, español*, italiano y ruso. Dominé todos los campos con relativa facilidad, para el asombro de mis múltiples educadores.

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*Nota: Ya que el protagonista es un inglés, es lógico que fuera necesario para él estudiar el español.
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Había amanecido soleado, aquel 2 de Mayo de 1903, y yo me encontraba con el señor Colbert, mi tutor al piano. Estabamos practicando una partitura nueva, cuando Lindsay, la encargada del servicio en la mansión, atravesó la puerta de la sala de música, indicándome que mi abuelo exigía mi presencia en la sala de estar.
Miré al señor Colbert, que me indicó que era libre de ir. Me encaminé junto a Lindsay escaleras abajo y ella abrió la puerta de la sala para mi. Entré y me incliné levemente hacia delante.

- Buenas tardes, señor Bennett - mi voz resonaba pausada.
- ¡Oh! Bienvenido James - parecía contento- pasa y permiteme que te presente al señor Issou.

Elevé mi rostro y escrutiné al invitado. Era moreno, de ojos oscuros y asiáticos. Su piel era pálida y sus labios rosados. Tenía unas manos refinadas y femeninas, acordes a su complexión no muy marcada. Vestía un traje negro, con una pajarita roja que resaltaba su cuello. Todo un espectáculo de hombre.
Me acerqué a buen ritmo y le tendí mi mano derecha, con una de mis sonrisas finjidas dibujada en el rostro.

- Es un placer, señor Issou.
-Lo mismo digo, James - nuestro saludo llegó a su fin - Tu abuelo me ha hablado mucho de ti.

Su confianza al hablar de mi abuelo y su cálida presencia, me dejaron perplejo. Tomé asiento en el sillón de doble plaza, mientras Lindsay traía una taza más para mi.

- ¿Te ha molestado tu abuelo en plena clase únicamente para presentarnos?
- No hay problema, no se preocupe - tomé mi taza y probé el té. Azahar japonés - Estoy comenzando una partitura nueva y aun no había hecho grandes avances.
- Kenda - comenzó mi abuelo- ¿Te he comentado y a que mi nieto es hábil en todas las materias en las que esta siendo educado?
- Si, John, en unas cinco ocasiones.

El nombre del señor Issou era Kenda, al parecer, y empleaba el nombre de pila de mi abuelo para tratarlo. Con los años, mi abuelo había perdido mucho carácter, era más gentil y bonachón, incluso más piadoso. Yo, por el contrario, había desarrollado un fuerte caracter y era un jóven vigoroso e inexperimentado.

- Dígame señor Issou - comencé la cuestión, inquisitivo, mientras dejaba la taza sobre la mesa - ¿Por qué motivo ha acabado en Londres, escondido bajo la sobreprotectora mano de mi anciano abuelo?
- Bueno yo... - comenzó a contestar, dubitativo.
- ¡James! ¡Por favor! ¡¿Dónde estan tus modales?! - me miró, indignado - Kenda, no respondas a semejante insulto.

El silencio se impuso en la sala. Yo no me encontraba avergonzado, ni muchísimo menos, si no que irradiaba el descontento y la curiosidad.
El reloj de pie sonó profunda y guturalmente. Las cuatro.

- Si me disculpal - el señor Issou se puso en pie - he de ir a recoger a Kaede.
- ¿Kaede? - cuestioné
- Es mi hija, jóven Bennett.

Su cambio al tratarme me proporcionó una gran satisfacción. Con mi "insultante" pregunta, había impuesto mi poder sobre él.

- La pequeña Kaede compartirá las clases contigo - mi abuelo me miró, aun enojado - y su padre será tu tutor en japonés.
- Estoy de acuerdo - me levanté e incliné ante ambos hombres - si me disculpan, he de continuar con mi lección de esta mañana.

Salí de la sala y subí las escaleras con una sonrisa dibujada en el rostro. Golpee la puerta de la sala de música suavemente. Un "adelante" apareció tras la puerta y me tomé la libertad de entrar.

- Discupe la interrupción, señor Colbert.
- No hay problema, señorito - se sentó en la butaca del piano y me indicó el asiento a su lado - sientese y continuemos.
- Sí, señor.

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