Capítulo 4.



Me deslizaba escaleras abajo. Mis pásos eran ágiles y rápidos, descendía los escalones de dos en dos.
Lindsay abrió la puerta del comedor para mi, mientras yo me adentraba en él, exhausto.

- Buenas noches, señor Bennett - me incliné - Buenas noches, madre - retomé mi postura inicial.
- Dos segundos tarde, James - mi abuelo me indicó mi asiento, para mi alivio - que no se repita, jovencito.
- Sí, señor.

Me coloqué en mi lugar de la mesa, a mano derecha de mi abuelo. El señor Issou no estaba presente, ni la desconocida Kaede.

- ¿No nos acompañarán esta noche sus invitados, señor Bennett?
- No, James - tomó una cucharada de sopa - Y, por favor, no hables mientras comes.
- Disculpeme, señor.

Observé detenidamente el plato que se encontraba ante mi. Sopa de pescado caliente, muy caliente. Tomé algo de pan y mojé el caldo con él, para llevármelo a la boca después. Delicioso, como siempre.

- La sopa esta realmente deliciosa, padre - insinuó mi madre, en un tono cordial.
- Cierto - su mente quedó en blanco unos instantes- cierto...

La edad no era justa con el señor Bennett. Comenzaba a tener pérdidas de memoria a corto plazo y en ocasiones se quedaba en blanco durante un lapsus de tiempo que cada vez se prologaba más.
Quizá por ello, estaba siendo mucho más complaciente con todos los conocidos que le rodeaban, con toda aquella gente con la que había entablado cierta amistad en el pasado.
La cena transcurrió tranquila, sin apenas conversación entre nosotros. Era cierto que eran pocas las ocasiones en las que mi madre le dirigía la palabra a mi abuelo, pero esa noche estaban particularmente callados.
El primero en retirarse fue mi abuelo, seguido de mi madre minutos después. Yo, simplemente me levanté y me encaminé a la sala de estar, para disfrutar de un té de frambuesa recién importado.
Lindsay entró por la puerta con su común bandeja plateada. Esta noche, solo para mi, tocaba el juego de tazas de te de color rosa pálido, que resaltaban el fuerte color rojizo y el aroma silvestre del té que me disponía a degustar.

- Muchas gracias, Lindsay.
- Es un placer, señor - se encaminaba lentamente a la puerta - ¿Necesitará algo más?
- No Lindsay, ya esta bien, puedes retirarte.
- Sí señor.

La jóven se fue y me quedé yo solo, con la taza de té entre las manos, observando su superficie.
Unas manos se deslizaron desde mi cuello hasta mi torso, antes de que unos labios besasen mi cuello insinuantemente.

- El té de hoy es particularmente agradable, ¿No cree, señorito?
- Estoy de acuerdo - tomé un sorbo.
- ¿Puedo probarlo?
- Adelante.

Inclinó mi rostro hacia el suyo, acariciandome suavemente la mejilla con su mano, para degustar el té de frambuesa directamente de mis labios.

- Delicioso.

Coloqué la taza sobre la mesa de nuevo, antes de que unos brazos fuertes sostuviesen mi cintura, apretándome contra un cuerpo esbélto.

- Estoy falto de cariño, señorito.

Y tomó mis labios, una vez más. En verdad lo había tomado como costumbre. Supongo que era culpa mia. Años atrás, cuando apenas tenía yo mis once años recién cumplidos, este hombre me había propuesto un juego pervertido y prohibido, que había captado mi atención instantáneamente. Y así comenzó todo, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año... pero mi inquietud hacia el sexo opuesto comenzaba a despertar y tenía desantendido a mi amante, por lo que me exigía más afecto.

- Detente, Ramses.
- Pero James... te añoro.
- Podría entrar alguien en cualquier momento.
- Siempre ha sido asi ¿No? - deslizaba sus labios por mi cuello, susurrando - Nunca antes había importado.
- Pero ahora sí importa.
- ¿Es que ya no le gusto, señorito?
- No es eso Ramses, es solo que...
- Si todavía le gusto, permitame poseerle una noche más.

Me callé y me liberé de su abrazo, para tumbarme sobre el sillón.

- Si eso es lo que tanto deseas, hazlo y déjame.

Una sonrisa pícara se dejó entreveer en sus labios, mientras se tumbaba lentamente sobre mi, como el depredador sobre la presa que tanto ansiaba.
Tomó mis labios una y otra vez, mientras sus manos jugueteaban con los botones de mi camisa al principio y con el cierre de mi pantalón después.

- Te noto ansioso, Ramses.
- Lo estoy - jadeó.

Me acaricio, besó y mordió por todos los rincones de mi cuerpo. Deslizó la lengua por aquellos lugares que tan solo él y yo habíamos visto en alguna ocasión para, al fin, tomarme apasionada y salvajemente en aquel salón.
Yo nisiquiera le miraba la cara, simplemente distraía mi atención en la puerta, mientras mi cuerpo se dejaba llevar, jadeando extasiado.
De pronto, unos ojos oscuros aparecieron tras la puerta. En un primer momento me alarmé, pero después me di cuenta de que aquellos ojos no pertenecían a ningun morador de la mansión.
"¿El señor Issou espiándonos?" - me pregunté, puesto que era la única persona que conocía con unos ojos tan curiosos.
Pero no, no era él. Las facciones que apenas se veían por la oscuridad eran mucho más femeninas, mucho más dóciles y hermosas. Realmente era una belleza, aquella persona que se encontraba tras la puerta, observándo como Ramses me tomaba violentamente, sosteniendo mi mirada a pesar de su delito.
Sonreí, eso me excitaba enormemente. Y, por supuesto, mi cuerpo no tardó en reaccionar al nuevo elemento erótico que me incitaba.
Comencé a gemir con ímpetu, hundiendome en aquellos ojos negros que me miraban, semiocultos tras mil sombras.
Y alcancé el clímax. Lo alcancé entre los brazos de Ramses, pero con el corazón y el alma perdidos por los recónditos parajes que estaban más allá de mi comprensión. Aquel lugar que se abría ante mi desde el silencio, más allá del marco de la puerta.
Ramses se levantó y se vistió rápidamente. Me tendió mi ropa y se acercó a la puerta. La figura tras ella había escapado segundos antes.

- ¿Necesitará algo más, señórito?
- No Ramses, puedes retirarte.

Y se fue.
Me quedé solo, con el aroma a frambuesa que danzaba en el aire, prácticamente despojado de mis ropas y pensando en aquel desconocido que me había visto en mi momento más íntimo, en mi momento más vergonzoso, en mi momento más humano.
Y me quedé mirando la superficie del té de frambuesa, que formaba ondas suaves y tranquilas, pensando cuan diferentes eran a la ferocidad y fuerza que desprendían aquellos ojos oscuros de los que, indudablemente, me había enamorado.

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