Capítulo 5.

Una melodía interrumpió mi sueño en mitad de la noche. De todos modos, tampoco estaba disfrutando demasiado de mis horas de descanso, a causa de todas las emociones que experimentaba aun mi pecho.
Me levanté tranquilamente y encendí una vela para que me acompañase. Abrí la puerta de mi cuarto y me deslicé por ella sigilosamente. Por el resquicio de la puerta de la sala de música, salía algo de luz. Caminé con parsimonia hacia allí. Supuse que sería mi madre, ya que el señor Colbert se había ido a casa hacía ya muchas horas y aun era temprano para su regreso.
Aparté cuidadosamente la puerta para ver un poco a través de ella.
Entonces, vi un ángel. Su melena era negra y lisa, sedosa al parecer, y descendía hasta la parte baja de su espalda. Sus manos, semejantes a las de una muñeca de porcelana, eran dulces y estilizadas y acariciaban las teclas del piano como si de su amante se tratasen. La facciones de su rostro no estaban demasiado marcadas, pero tampoco eran las de una niña, simplemente eran perfectas. Su nívea piel te incitaba a desear acariciarla en todo momento. Vestía un sencillo camisón de algodon, de color negro.
Pareció no percatarse de mi presencia, ya que no abandonó su tarea ni un solo instante. Yo seguía allí, junto al marco de la puerta, deleitándome con su música y su presencia.
De pronto, cuando me disponía a regresar a mi cuarto ante la amenaza del amanecer, la jóven se dio media vuelta y sus oscuros y brillantes ojos se encontraron con los mios. Sentía que me undía en la oscuridad y calided que desprendían. Me miraba intensamente, retándome, acusándome de espía, pero poco me importaban a mi tales acusaciones pues estaba rozando el edén con tan solo una mirada.

- ¿Quién eres? - su voz era tan angelical como el canto de un ruiseñor.
- James Bennett, señorita ¿Y vos?
- Kaede Issou - insolente, su voz desprendía un deje insolente pero muy atractivo.
- ¿Y puedo saber que haceis tocando a estas horas, aqui sola?
- No podía dormir, en Londres hace mucho frío.
- Eso quizá sea a causa de la ropa de cama que posea el cuarto de invitados, lo haré mirar.
- ¿Sois vos el hijo del señor Bennett?
- No, yo soy su nieto.

Mantuvo su mirada clavada sobre mis ojos celestes sin pronunciar una sola palabra. No era ira lo que reflejaban, tan solo desconfianza ante algo desconocido. Como un animal salvaje cuando se siente acorralado.

- Siento haberle despertado, señor Bennett. - su tono de voz daba a entender el respeto que sentía hacia el nieto de su benefactor.
- De todos modos ya estaba despierto ¿Quereis compañía?
- No me importaría disfrutar de la vuestra.

La miré mientras me acercaba y entonces lo comprendí. Eran esos ojos, los ojos que me habían visto en la sala de estar mientras yacía con Ramses. Aquellos ojos que me habían enamorado sin conocer a su propietario. Yo pensaba que serían los ojos de un hombre, ya que creía que era homosexual, pero en ese mismo momento me había dado cuenta de que eran los ojos de la mujer más hermosa que había visto y que deseaba amarla, amarla sin condiciones.

- ¿Alguna pieza en particular? - le pregunté, sentándome a su lado.
- Simplemente improvisemos, ¿Le parece bien?
- Perfecto.

Sus dedos se deslizaron por las teclas, como antes había hecho. Las envidiaba, las envidaba profundamente. Yo también deseaba esa atención y ese cariño por parte de mi amada.
En apenas unos segundos capté su ritmo y lo imité. Nos compenetrábamos a la perfección. Con ella me sentía mucho más tranquilo, mucho más natural que con el señor Colbert.

- Realmente tocais bien - me susurró - No tocabais asi al sirviente esta noche.

Mis mejillas se ruborizaron y mis dedos se detuvieron, para mirarla a ella. Sus labios dibujaron una sonrisa pícara, mientras me mantenía la mirada de soslayo.

- Entonces me visteis.
- Sí, os vi con él.
- No debeis contarlo.
- No lo haré, no temais - continuaba improvisando - pero debeis prometerme que me ayudareis a adaptarme a Londres y a vuestras clases y que tocaréis junto a mi tantas veces como yo lo desee.
- Lo juro.

Me dedicó una sonrisa sincera, la primera que veía en aquellos labios rosados y dulces. Me quedé unos segundos embobado mirándola mientras tocaba ella sola. Era una imagen alentadora, deliciosa.

- Me gustó - dijo de pronto.
- ¿Qué os gusto?
- Veros asi, de ese modo.
- ¿Disculpad?
- Teníais las mejillas teñidas de color carmín, como hace unos minutos, pero vuestro cuerpo demostraba el calor y la lujuria que vuestro amante os proporcionaba.
- Ese comentario ha sido...
- Descortés, lo se, pero sincero.

Me quedé en silencio. No me esperaba que fuese tan directa conmigo y mucho menos tratándose de un tema tan delicado, pero su sinceridad me hizo sentirme completamente satisfecho.

- No volveré a hacer tal cosa.
- ¿Por qué no?
- Porque ahora ya se que no soy homosexual.
- ¿Por qué lo sabeis?
- Porque me he enamorado de un ángel.
- ¿Un ángel? - dejó de tocar.
- Asi es, aparece todas las noches en mis sueños y soy yo quien refleja la lujuria en él - mentí.
- Pero los ángeles son hombres.
- Este ángel es una mujer.

Nos miramos en silencio.
Sus expresión me censuraba por lunático, pero en sus ojos ardía la llama del interés y la emoción.

- Continuemos, por favor. - comencé a tocar de nuevo y ella me siguió en apenas unos segundos.

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